(Relato a un soldado desconocido)
(Por primera vez esta Publicación)
(Por primera vez esta Publicación)
(Solo para alguien como yo)
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Cuenta el sargento Camacho y algunos
soldados quienes lucharon con gran heroísmo y tenacidad, en los campos de
batalla, que había un soldado llamado Marcelino, de mediana estatura y
fragilidad, que era el más hábil, impetuoso y escurridizo, aunque por su corta
edad era el más inexperto de los demás soldados del batallón.
En los momentos del rancho (almuerzo o cena)
y del descanso solía estar callado y apartarse de los demás...
Se le veía a menudo con perfil bajo y
caviloso, y casi siempre con la mirada ausente puesta hacia el horizonte, como
extrañando a alguien...
Pero sin duda, fue uno de los valerosos soldados
que lucharon con tenacidad, heroísmo y amor propio a lo largo de diversos
enfrentamientos contra el adversario.
Narra con detalles que el último día de
bombardas y fuego infernal, Marcelino fue herido debido al impacto sufrido por
un mortero que estallo a pocos metros de su trinchera, causándole graves excoriaciones
en la piel, como también afectándolo sistemáticamente la audición. No resignándose ante una
derrota, el joven soldado continuo perseverante en su lucha, sacando fuerza de
flaqueza; a pesar de habérsele sugerido dejar los campos de batalla a fin de
ser evacuado junto a sus demás compañeros heridos a una cruz roja, para su
curación.
Sin embargo, frente al destino fatídico e
infausto que depara la guerra; después de haber salido airoso en varias
reyertas calcinantes que le toco repeler, cuando la guerra iba llegando a su
punto culminante, en la última incursión, aquel joven soldado piso en falso un
barreno de explosivos que se hallaba ubicado en un campo minado, destrozándole
sus miembros inferiores y producto de aquel letal estallido, causándole la
muerte a los pocos segundos.
El sargento Camacho, quien estaba a cargo de
dicho batallón, se sintió conmovido y apesadumbrado al presenciar la desgarradora
y trágica muerte del muchacho, y de saber lo que significaba el haber perdido
al más tierno de sus pupilos.
Había presenciado el triste desenlace de aquél...
Y tan pronto de percatarse de la desgracia
del joven, corrió presuroso hacia el cuerpo tendido. No pudiendo contener las lágrimas
al ver que los miembros inferiores estaban destrozados.
Al examinar el cuerpo inerte cerró los ojos
del adolescente que permanecía hasta entonces abiertos...
Y al momento de revisar los bolsillos,
encontró en su lado izquierdo una fotografía pequeña de una mujer muy joven
sujetando a dos niños pequeños...
“era la foto de su madre natividad “; la
madre de Marcelino con su otro hermano Artemio…
La madre que pereció justo cuando Marcelino cumplía
los cuatro años de edad...
La madre que nunca más pudo llegar a ver...
Luego encontraría una carta que decía, de
Artemio, para mi hermano Marcelino; y que por cierto el sargento Camacho se lo
llevaría consigo tan pronto acabo de leerlo.
El tenor de aquella carta era el siguiente:
Querido hermano Marcelino:
Quiero que te sientas orgulloso si en esta
guerra yo perezca, porque sabes bien que tanto tu y yo somos soldados de
batalla; por eso te pido que recuerdes siempre estas palabras:
“Que
combatiendo estamos, soldado de mil batallas.
Desde tinta, Junín y ayacucho; desde Arica,
Tarapacá y Huamachuco.
no hay combate más cruel y sangrienta que
las futuras guerras venideras...
Esta lucha constante, despiadada de clamores
y tormentos,
son de aquellos soldados que dejaron su sangre
por su pueblo.
Soldado de batalla.
El enemigo asecha, nos embosca...
Y no quedan armas ni municiones, solo llevo aferrado
mi bandera.
Que importa que mi sangre se impregne otra
vez en mi dolor...
Si es por defender la honra de mi tierra.
La culata del enemigo azota...
Sufro, el hierro incandescente que a mi
corazón destroza.
Morir con pundonor y coraje importa, con tal
que sea esta,
la última guerra...
Por eso comprende hermano,
que mientras minutos de vida tengamos,
elevemos con orgullo nuestra gloriosa
bandera,
tan arriba,
hasta las estrellas “
Tu
hermano que te quiere: Artemio.
Fueron las palabras que contenía aquella
carta del soldado Artemio enviado hacia su hermano menor Marcelino, hallado entre
su chaqueta al morir.
Pero lo más curioso fue ver que en la mano izquierda
el muchacho sujetaba un rosario collar de la virgen. Y aunque el sargento
Camacho y los otros soldados hicieron los esfuerzos denodados por intentar
zafar de la mano aquel collar, nunca pudieron lograrlo.
Ya que aquel collar lo llevaba muy atado y
aferrado firmemente a su puño, junto a la altura de su corazón.
(Fragmento de mi cuento: Soldados de Maizal)
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