Y desde el día que esa hermosa princesa partió,
un niño tristemente enamorado se quedó.
Aquel quien cada tarde la aguardaba y la soñaba…
(Por primera vez esta publicación)
(Solo para alguien como yo)
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Un día como encanto y para nunca
olvidar apareció una niña muy bella. Por
su apariencia se trataba de una niña
extranjera o de un lugar exclusivo de la capital. Aquella
niña de belleza peregrina, que llamaría la atención en los pobladores, sobre
todo en los niños, especialmente de quienes estudiaban en aquella escuela, que
no cesaban de mirar con sumo detenimiento a
la forastera.
Cuando todos los niños de la escuela se
retiraban y el patio con su exuberante jardín quedaba vacío, aquélla vestida de blanco como jugando solía danzar dando vueltas con ciertos
ejercicios ritmados con los brazos extendidos hacia el cielo, al principio todo
eso parecía extraño, sin embargo, a medida que fueron pasando los días y los
meses aquellas piruetas resultaron ser familiares.
Bajo una tarde luminosa de sol,
apareció un niño que escondido entre los
arbustos observaba beneplácito y atentamente los movimientos inusuales de aquella encantadora niña vestida de blanco. Se trataba de Romell, un pastorcito que
vivía a dos kilómetros de la escuela, y que cierto día cuando cotidianamente
llevaba su rebaño hacia la ribera que quedaba muy cerca de la escuela, quedó
impresionado y maravillado al ver la hermosura singular de aquélla forastera. Aquél
pastorcito que por infortunio de la vida trabajaba arduamente y desde que conoció a la niña vestida de
blanco decidió cambiar de rutina; que era pastorear menos para que pueda tener tiempo de ir en
busca de aquella.
La primera niña que cautivaría su
corazón.
La primera niña de quien se enamoró.
Para el pastorcito Romell, observar
cada actitud y detalle de aquella era su mundo y fantasía, oh, cielos cuanto se enamoro y como lo amaba, que obsesionado a cada instante la imaginaba:
“ Con los rayos del sol
llegaste a mi vida
agobiada
vislumbrante luz
de amor
que cautivó mi corazón.
Tras el cristal de
la mampara ( los umbrales )
Voy observando tu
juego
Al compás de la
tarde enamorada.
Tu ballet,
Al son del viento
Por el jardín de
flores de alborada.
Hacia el cielo tus
manos elevabas
Niña de rostro
angelical
Ojos de mares
azules
Coquetos ante la
mirada del sol.
Y tus labios
besaban las nubes
Alburas nubes de
algodón
Mientras el mundo
giraba contigo
Extasiado de
emoción.
Y en tu camino
recogías lindas flores
Que a tu pecho abrigabas con candor
Por el fresco
aroma de los valles
Que se confundían
Con el ramillete de tu corazón.
Que se confundían
Con el ramillete de tu corazón.
En una tarde de
primavera
Yo un niño pobre solitario
y
afligido
Cautivado al ver
tu mundo de fantasía
Pedí hacerte compañía.
Carita alegre de ensueños
De cabellos
dorados como el sol;
De tus manos
nobles y jubilosas
Aceptaste incluirme
en tu juego.
Y bajo un cielo
celeste intenso
Ambos nos volcamos en sumo juego
Niña de flor inocencia,
Tomando mi mano abriste tu corazón.
Ella era una hermosa
princesa!
que
zigzagueaba al danzar...
Yo un pastorcito rebosante de felicidad...
Y en la
exuberancia del universo
Al tiempo lo entreteníamos
Al viento lo divertíamos.
Niña que naciste
para volar...
Niño que soñaste el cielo tocar.
El mundo se
enamoró de aquella niña...
Y el pastorcito también,
Que embelesados de
tanta
belleza
Giraban y giraban de emoción.
Pero un día.
El cielo azul se
encapotó de plomo
Y enceguecido de
celos
El astro Rey se
marchó sin anunciar
Sin su adiós...
Ocultándose en el
ocaso
Dejándome en la
soledad.
Desde entonces,
Del amor y la
alegría quedó solo a cenizas...
Solo hubo desdicha y fatalidad.
Niña que con tu
juego bondadoso
Diste sentido a mi vida...
Niña que partiste hacia la eternidad.
Hoy.
Que observando y
saboreando
La amarga condena,
Tu recuerdo en la
ausencia...
Tú partida...
Te llevaste en vuelo y bajo tus alas…
Mi ensueño, mi
aliento, mi vida...
Princesa de vestido
blanco...
¿te volveré a
ver?
Si
algún día volvieras...
Ese
día feliz seré.
Feliz
seré...
Pero siempre,
Pendiente en tu
juego estaré.
Estaré...
Tras el cristal de
la mampara
Al compás de la
tarde enamorada".
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Un día de víspera de verano, el
Pastorcito se enteró que preparaban para
la niña un largo viaje.
Que la llevarían a una gran ciudad de extensas carreteras pavimentadas, donde circulaban autos de última generación, donde con el avance de la ciencia y la tecnología uno podía contemplar panorámicamente el mundo y su naturaleza a través de la computadora-internet.
Que la llevarían a una gran ciudad de extensas carreteras pavimentadas, donde circulaban autos de última generación, donde con el avance de la ciencia y la tecnología uno podía contemplar panorámicamente el mundo y su naturaleza a través de la computadora-internet.
“Aquélla ciudad dorada...
Más allá de las costas...
Junto a las orillas del mar”.
Sin embrago, el pastorcito Romell
continuó frecuentando el lugar aguardando la presencia de su amor
platónico todos los días…
Fueron pasando las semanas y los meses
y el pastorcito aún esperaba el retorno de su entrañable princesa, desencajado
apenado e impotente de no poder hacer nada, pues todas las tardes sobre el
cerrito verde que daba a la escuela se ponía a esperar...
Tanto así fue su espera, que después de un tiempo tomaría
la decisión de marcharse hacia la Ciudad en busca de su amor
platónico.
Luego de preparar su bolsa de alpaca, ponerse su chullo (gorro) y un poncho (manto) sobre su ropa raída y un par de yanquis (sandalias de caucho) que tenía guardado para la ocasión. Se despidió de su madre, de su hato de ovejas, de su caserío y altas punas, para partir rumbo haciala Ciudad dorada.
Luego de preparar su bolsa de alpaca, ponerse su chullo (gorro) y un poncho (manto) sobre su ropa raída y un par de yanquis (sandalias de caucho) que tenía guardado para la ocasión. Se despidió de su madre, de su hato de ovejas, de su caserío y altas punas, para partir rumbo hacia
Desde aquel entonces del pastorcito
Romell, nunca más se supo nada.
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Han
pasado treinta años...
Y aquel cerrito verde sigue tan
intacta como si fuese el día ayer.
En cuyo paisaje acogedor se respira a hierba
fresca y un clima tibio de paz.
Y cuando se sube por la escarpada hasta
llegar a su límite verdor se logra apreciar
la hermosa escuela...
donde una vez solía danzar una
bella princesa vestida de blanco...
Y desde el día que esa hermosa princesa partió,
un niño tristemente enamorado se quedó.
Aquel quien cada tarde la aguardaba y la soñaba…
Cada mañana en el centro de aquel hermoso jardín,
Cuando de sus flores salían trinos de
jilgueros que subían a una gruta, vibraban alrededor de ella y volaban a
mezclarse con las alegres vocecitas de los niños que jugaban desde el interior de aquella hermosa y entrañable escuela...
Ha
pasado tanto tiempo...
Que a través del tiempo y la distancia, aun continúan latentes los recuerdos...
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(Una parte de mi cuento: Nacer, volar y morir)
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